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Hastío

El pesado aire está colapsando mis pulmones. A duras penas respiro. La brisa se empieza a convertir en necio y árido polvo. Mi tragicomedia se ha atorado a una garganta desvalijada. Busco vida en mi epicentro, obviando que pronto la magnitud será de nueve. No hay forma más inútil de perder el tiempo. Me creo que salvarse es ordenar tropecientas veces lo mismo. Y no. Ni hablo ni escucho ni dejo que el viento me rodee. Es entonces cuando todo es más cutre que nunca. Cuando me oigo morirme y paso de largo. Sueno a canción de piano arrastrada por las olas. Ese es mi sitio, el no tener sitio. Siempre me fundo en el mismo cuerpo. Me lo llevo todo al infierno, luego lo dejo de nuevo volar, así, de esta manera, nunca me lo quedo. ¿Ves? ¿Me ves? Ya me he ido. Ya he huido. Ya estoy volviendo. La rutina me empapa de odio.
Escribo siempre sobre el mismo laberinto, sobre mi coherencia deshilachada, sobre tantos pasos en falso. Me repito más que la prensa rosa.

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"Paradoja"

quiero hablar a todos de ti que tu nombre haga suyo el espacio y sepan entonces quién es esa mujer magnética y sencilla que a veces habita mi cuerpo. y también tengo la urgencia de ocultarlo todo con egoísmo y torpeza permitiendo acaso el susurro quedo de las letras por las que te llaman en un vago intento de que sepan que tu sendero sacudió el mío circunstancialmente y así el aire no contamina tu imagen de puro óxido y las palabras, siempre huecas y mundanas, no se equivocan al plasmar la esencia de la creación: sin dios ni leyes ni intérpretes ni visitas   levantándose a nuestro alrededor colosal.

Aclaro que quiero en exceso

Nadie me versa ni me besa ni me recita absolutamente nada. No me separo de mis libros de poesía porque me dan la vida que otros me quitan a golpes. Hace tiempo que no espero que me quieran a lo grande. No se dejan la piel por mí y la mía está hecha tiras. No me vale, no, no vale. Considero que los sentimientos han de ser como fuego a veces. Querer es sufrir un poco. Nunca he sabido querer sin excesos. Se me va la vida queriendo (en lo que tardo en coger aire, encarcelarlo y devolverlo al cuarto). Aún sigo esperando que Beatriz me lea en voz alta con la marea igual de alta de Murcia. (Hablaría del trasiego de las olas bravas y espumosas de fondo pero es algo casi inexistente en esos lares.) Escribo como si delirase; las palabras no encuentran ningún obstáculo para saltar del habitáculo de mi revuelta cabeza al papel. No las paro. No tengo fuerzas. Me compadezco de Lorca cuando dice "¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero!". Es verdad, cuesta una tristez

El verde es oscuro.

Si no te van a estallar hasta los ventrículos de tanto quererme, no quiero que me quieras. Para eso yo ya sola me quiero. A medias, claro. Con esa especie de puntería distorsionada que nunca te permite acertar.   Y, aún así, lo intentas. Me frustra no poder describir la lentitud con la que el curso de las cosas está arrasando cualquier resquicio de luz con vistas a un futuro placentero (que hace tiempo que evito con todas mis fuerzas). Tengo miedo. Mis pies se convierten en esas raíces que van a parar al suelo y acidifican el terreno. Nacen hojas por mis piernas; se eleva esa prometedora enredadera que el jardinero mira con júbilo atragantándose con su vano mérito. Se retuerce por mis caderas con una fuerza atroz, la respiración se atrinchera en mis pulmones, mi frágil piel se viste de morado. Me doy cuenta de que cada vez estoy más verde y más anclada en algo que detesto. Recibo numerosos estímulos exteriores que me desagradan de sobremanera. Quiero huir, decido huir, me ahogo, no