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Suerte y daños colaterales

Pequeña, has amortiguado cada una de mis agrias caídas. Me dijiste con ojos de madre que todo pasaba, que no te ibas a ir. Has visto valentía en unas cuencas vacías. Te has amarrado a mis huesos rotos. Has encontrado un tesoro dentro de una silueta sin fondo. Aún no me sé tu truco. ¿Por qué ignoraste los daños colaterales? Entablar amistad con un campo de minas resulta peligroso.

Me quieres. Hago cómo que no me lo creo y mi cabeza vuela como si no existiesen lastres. Me lo repites. Agregas muchas más cosas. Me encanta oírlas. Asiento por inercia. Te digo que te quiero.

Se nos va la vida entre cervezas baratas.

Dime que a pesar de la fugacidad de las cosas vas a parar el tiempo. No quiero que los años asolen nuestra magia, que todo se convierta en un intento vano de algo.

Podemos. Siempre he creído en tus poderes. Más que en tus poderes, he creído en ti. En ocasiones te he obligado a ser la heroína que no podía ni con su capa. Mientras que yo era la loca que chillaba en un balcón incendiado que la vida se me iba.

Tacho esto. Quizás lo otro. Me contengo y no lo hago. Te lo digo. Te digo que soy un títere roto y teñido con extracto de amapolas. Una marioneta movida por las manos engañosas y hábiles de la demoledora rutina. Me dejo llevar y llevar y llevar. Mis brazos danzan como tiovivos y no sé adónde va a parar cada movimiento. No tengo ni el más remoto control sobre mí.
No te asustes.
Aún no.
Solo tú sabes cómo acariciar mi estela desmembrada.
Por favor.
Hoy también me siento como en casa.
Vengo con una lista de efectos secundarios como los aburridos prospectos.

Voy a agarrar yo también la capa para soplarte las heridas. Prometo revivir la magia siempre que el tiempo juegue en nuestra contra.

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"Paradoja"

quiero hablar a todos de ti que tu nombre haga suyo el espacio y sepan entonces quién es esa mujer magnética y sencilla que a veces habita mi cuerpo. y también tengo la urgencia de ocultarlo todo con egoísmo y torpeza permitiendo acaso el susurro quedo de las letras por las que te llaman en un vago intento de que sepan que tu sendero sacudió el mío circunstancialmente y así el aire no contamina tu imagen de puro óxido y las palabras, siempre huecas y mundanas, no se equivocan al plasmar la esencia de la creación: sin dios ni leyes ni intérpretes ni visitas   levantándose a nuestro alrededor colosal.

Aclaro que quiero en exceso

Nadie me versa ni me besa ni me recita absolutamente nada. No me separo de mis libros de poesía porque me dan la vida que otros me quitan a golpes. Hace tiempo que no espero que me quieran a lo grande. No se dejan la piel por mí y la mía está hecha tiras. No me vale, no, no vale. Considero que los sentimientos han de ser como fuego a veces. Querer es sufrir un poco. Nunca he sabido querer sin excesos. Se me va la vida queriendo (en lo que tardo en coger aire, encarcelarlo y devolverlo al cuarto). Aún sigo esperando que Beatriz me lea en voz alta con la marea igual de alta de Murcia. (Hablaría del trasiego de las olas bravas y espumosas de fondo pero es algo casi inexistente en esos lares.) Escribo como si delirase; las palabras no encuentran ningún obstáculo para saltar del habitáculo de mi revuelta cabeza al papel. No las paro. No tengo fuerzas. Me compadezco de Lorca cuando dice "¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero!". Es verdad, cuesta una tristez

El verde es oscuro.

Si no te van a estallar hasta los ventrículos de tanto quererme, no quiero que me quieras. Para eso yo ya sola me quiero. A medias, claro. Con esa especie de puntería distorsionada que nunca te permite acertar.   Y, aún así, lo intentas. Me frustra no poder describir la lentitud con la que el curso de las cosas está arrasando cualquier resquicio de luz con vistas a un futuro placentero (que hace tiempo que evito con todas mis fuerzas). Tengo miedo. Mis pies se convierten en esas raíces que van a parar al suelo y acidifican el terreno. Nacen hojas por mis piernas; se eleva esa prometedora enredadera que el jardinero mira con júbilo atragantándose con su vano mérito. Se retuerce por mis caderas con una fuerza atroz, la respiración se atrinchera en mis pulmones, mi frágil piel se viste de morado. Me doy cuenta de que cada vez estoy más verde y más anclada en algo que detesto. Recibo numerosos estímulos exteriores que me desagradan de sobremanera. Quiero huir, decido huir, me ahogo, no