Tendría que estar sumida en un sueño absurdo, pasional, roto, carnal, enteramente ficticio, perecedero, y no.
Escribo porque.
Mira, no sé, necesito que me eleven, que mis pies se liberen de sus jaulas, levantarme, más arriba, así, ¿ves? Subir tanto que no me den miedo las alturas. Subir aún sabiendo que si corazón y silueta atraviesan el suelo, huele a letal y palpo añicos de mi ser en una calzada, no ha sido en vano.
Escribo porque.
Los segundos se marchitan grises, se despiden sin un pañuelo blanco, grises las horas muertas me abrasan. Soy un gris teñido del color de las flores.
Escribo porque.
La incertidumbre me deja tendida, inmóvil, apalancada en la cuneta del progreso. Me observo y, aunque a veces dude, confío, me enfrasco en el títere de mi cuerpo como refugio. Un refugio sin protecciones ni manuales ni principios ni cordura. A pesar de ello, incluso siento una golosa sensación de soledad placentera, eterna, dormida. Me amo con todo el posible odio.
Quiero y deseo y no puedo y ni por asomo lo intento. Hundo tantas veces mi barquito de papel con tal de encallarme a tus piernas.
Escribo porque.
No siento nada. Te recuerdo. No siento vida en mi aorta, tampoco un cementerio de árboles desnudos. Tan tú. No hay hogar ni cimientos, aún con muchos mares en calma no hay paz, tampoco revuelo, gris, sí a la incoherencia.
Siento cómo lloran pupilas sin soltar una mísera gota. Escribo porque algunos estamos enfermos de existencia, contagiados de un amor ridículo. Somos incógnitas que nadie viene a despejar. Somos sin ser camino en el que pisar y dejar una tímida huella.
Escribo porque.
Es mierda al fin y al cabo todo esto.
No se me da bien despedirme.
Comentarios
Publicar un comentario