He aprendido que el pasado es como un puerto y nosotros barcos que acaban amarrados. Todo finaliza en una mayor o menor dosis de soledad agria. Arrastro palabras intentando pulverizarlas y reviven como esquejes muertos. La música es capaz de tocar el alma con un dedo como si fuera un arpa, y por eso la pongo alta a ver si con tanto toqueteo quita el hielo de mi ventrículo izquierdo. Y he aprendido que no se llega tarde si no te están esperando. No hay parámetros que definan la locura pero existen parámetros del sonido que dan incoherencia al asunto. De cita a ciegas con el inconformismo, asxifia cualquier centímetro de mis tierras no prometidas. Me quiebra no entender y por no entender no entiendo ni a políticos ni a sectas ni a jodidos kamikazes. Al reflexionar ciegan mis entrañas las injusticias, y claro, me pongo a chillar. O escribo. Debería asimilar que a boca cerrada o puño abierto no entran moscas pero sí inyecciones de remordimientos. Y ...