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Ninguna bruja me ha enseñado nada

He aprendido
que el pasado es como un puerto
y nosotros barcos
que acaban amarrados.

Todo finaliza
en una mayor o menor dosis
de soledad agria.

Arrastro palabras
intentando pulverizarlas
y reviven como esquejes muertos.

La música es capaz de tocar el alma
con un dedo
como si fuera un arpa,
y por eso la pongo alta
a ver si con tanto toqueteo
quita el hielo
de mi ventrículo izquierdo.

Y
he aprendido
que no se llega tarde
si no te están esperando.

No hay parámetros
que definan la locura
pero existen parámetros del sonido
que dan incoherencia al asunto.

De cita a ciegas con el inconformismo,
asxifia cualquier centímetro
de mis tierras no prometidas.

Me quiebra no entender
y por no entender no entiendo
ni a políticos
ni a sectas
ni a jodidos kamikazes.
Al reflexionar
ciegan mis entrañas las injusticias,
y claro, me pongo a chillar.
O escribo.

Debería asimilar
que a boca cerrada o puño abierto no entran moscas
pero sí inyecciones de remordimientos.
Y no sé que es peor.
Creo que prefiero tragarme moscas.

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