Ansío tanto la paz de la montaña como Alberti el mar.
Las prisas de Madrid atropellan a cualquiera. No nos dejan respirar. Dispones de cinco y quince y cien bocanadas de aire puro si vas al norte.
En estaciones de tren solo veo cuerpos agotados con biorritmos mecanizados. Es todo tan rítmico e insano que, a veces, me asusto.
El autobús, quizás, decida que llegues tarde. Claro, las horas se pierden con el aliento entrecortado de la carrera que te pegas porque es tarde, tardísimo.
Las ojeras se coleccionan como los cromos en caras que parecen muertas. Qué calor de humanidad pegado a mi jersey, qué ventisca nos sacude en plena calle.
Regresadme. Devolvedme al norte, aunque no sea mi hogar; a falta de poder pernoctar a unos brazos de mujer. Hacedme volver ahora que nadie me estrecha con calidez. Ahora que estoy sola y nadie se enamora de mi escala acromática.
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