"a vosotros pecadores
como yo, que me avergüenzo
de los palos que no me han dado,
señoritos de nacimiento
por mala conciencia escritores
de poesía social."- Jaime Gil de Biedma.
Cuando me necesito no estoy. Cierro el corazón y me arropo con mi desnudez. No opto por acariciar a la fiera que me araña con una sonrisa de mentirijilla. No hago las paces con mi áspero antagonismo porque creo que no soy yo la que me duelo.
Pues he de aclarar que: sí, soy yo, yo me duelo. Por mucho que cueste hacerse a la idea.
Descanso en mí misma como si fuese esa vieja amiga que nunca te traiciona mientras me excuso hasta por respirar. "Oye mira que...nada."
Me acaricio la piel fresca como si no me hubiese querido mal. Como si mis dedos no fuesen cómplices de auto-estropicios. Y lo siento pero los hundo en mi tersa blancura como intentando disculparme con gesto de madre.
"Oye que..."
En ocasiones me encuentro en el espejo y María y su proyección parecen distintos cuerpos. Y, aún así, hago cualquier cara rara y me río. Y mi reflejo me enseña los dientes marfil. Lo siento, tal vez, por haberme dedicado muchas lluvias y relámpagos por causas injustificadas; por ser María y no brillar siempre. Por errar y no gustar, por rectificar, por ignorar; como cualquier ser humano, vamos.
Por una vez escribir me está consolando este despiece de figura. Me fundo en un abrazo de mí (para mí) y creo que ya lo he resuelto todo.
El invierno se avecina extrañamente largo pero lleno de amor propio.
Comentarios
Publicar un comentario