Ir al contenido principal

Espontaneidad descarada

No vais a ser vosotros los que...
A ver, no, no me vais a encasquetar un yugo de imposiciones que no me representan.
No voy a limar los vértices de mi molde hasta que su forma varíe. Ni os obsequiaré con ese proceso de metamorfosis.
No voy a seguirle el juego a víboras que tratan de encaramarse a hombros ajenos para subir, así, despacito, a tus sesos.
Que no.
Que no es mi culpa que no tengáis unas mejores vistas, ni vida, ni un proyecto de vida, ni nada que se le parezca.
Me quiero libre, me quiero entera y me quiero mía.
Prefiero no ser partícipe de sornas injustificadas, críticas, ignorancia y cuchicheos que apestan a jugos gástricos. Algunos sois una especie de bucle de cosas que dan pereza y que no me preocupo por descifrar. Pertenecéis a círculos de cromañones, de hedor tradicionalista, de mentes con polvo y sin flujo sanguíneo.

Hoy me he acordado de Isabel. Cuando miro a la mamá de mi madre a los ojos ya no sabe cómo me llamo, ya no distingue si soy su nieta o su madre. Si me zambullo en su pupila me angustia que la flor de la vida haya abandonado su delicado cuerpo seco.
Está encerrada en cuatro paredes de locura y gritos que no reivindican absolutamente nada, inútiles y sucesivos, quien entra ahí ya no sale, creo.
La mamá de mi madre es el claro ejemplo de vida antivital, de respiración sostenida, de lamento y ahorro de billetes, de dolor de manos porque "mira cuánto he trabajado construyendo nuestra casa", de rulos para el pelo. A veces ella miraba la parra y veía el polvo enamorado de mi abuelo. Creo que incluso se quería ir con él.

No sé por qué te dediqué unas líneas de Ernesto Sabato mientras mentías.
No logro entender...
Yo soy mía, ¿no? ¿Por qué te dediqué unas líneas que representan a la posesión pura y dura de personas? A la pertenencia más allá de los pensamientos, a no dejar respirar, a asfixiar.

Soy yo, mía, María, entera, libre. No queda claro si nieta o madre.
Paso de leer ese libro, no me llames.

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Paradoja"

quiero hablar a todos de ti que tu nombre haga suyo el espacio y sepan entonces quién es esa mujer magnética y sencilla que a veces habita mi cuerpo. y también tengo la urgencia de ocultarlo todo con egoísmo y torpeza permitiendo acaso el susurro quedo de las letras por las que te llaman en un vago intento de que sepan que tu sendero sacudió el mío circunstancialmente y así el aire no contamina tu imagen de puro óxido y las palabras, siempre huecas y mundanas, no se equivocan al plasmar la esencia de la creación: sin dios ni leyes ni intérpretes ni visitas   levantándose a nuestro alrededor colosal.

Aclaro que quiero en exceso

Nadie me versa ni me besa ni me recita absolutamente nada. No me separo de mis libros de poesía porque me dan la vida que otros me quitan a golpes. Hace tiempo que no espero que me quieran a lo grande. No se dejan la piel por mí y la mía está hecha tiras. No me vale, no, no vale. Considero que los sentimientos han de ser como fuego a veces. Querer es sufrir un poco. Nunca he sabido querer sin excesos. Se me va la vida queriendo (en lo que tardo en coger aire, encarcelarlo y devolverlo al cuarto). Aún sigo esperando que Beatriz me lea en voz alta con la marea igual de alta de Murcia. (Hablaría del trasiego de las olas bravas y espumosas de fondo pero es algo casi inexistente en esos lares.) Escribo como si delirase; las palabras no encuentran ningún obstáculo para saltar del habitáculo de mi revuelta cabeza al papel. No las paro. No tengo fuerzas. Me compadezco de Lorca cuando dice "¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero!". Es verdad, cuesta una tristez

El verde es oscuro.

Si no te van a estallar hasta los ventrículos de tanto quererme, no quiero que me quieras. Para eso yo ya sola me quiero. A medias, claro. Con esa especie de puntería distorsionada que nunca te permite acertar.   Y, aún así, lo intentas. Me frustra no poder describir la lentitud con la que el curso de las cosas está arrasando cualquier resquicio de luz con vistas a un futuro placentero (que hace tiempo que evito con todas mis fuerzas). Tengo miedo. Mis pies se convierten en esas raíces que van a parar al suelo y acidifican el terreno. Nacen hojas por mis piernas; se eleva esa prometedora enredadera que el jardinero mira con júbilo atragantándose con su vano mérito. Se retuerce por mis caderas con una fuerza atroz, la respiración se atrinchera en mis pulmones, mi frágil piel se viste de morado. Me doy cuenta de que cada vez estoy más verde y más anclada en algo que detesto. Recibo numerosos estímulos exteriores que me desagradan de sobremanera. Quiero huir, decido huir, me ahogo, no