“Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho."- Gil de Biedma.
Me he bañado en arcilla de rassoul y coco y, al rato, la pena ha anidado en mi garganta.
Las ramas han herido con violencia a mi pájaro azul, instigándole a pronunciar aturdidas sílabas. Inevitablemente me he acordado de Bukowski:
"hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
montarme un lío?
¿es que quieres fastidiar
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?"
Mi pájaro ha cedido. Se ha manifestado con un grito ahogado a la hora de comer carne guisada. Me saturo dentro de mi pellejo. No soy capaz de analizar, pensar, objetar nada al respecto.
Más que felicidad quiero ser la calma de las olas. Olas libres y espumosas que desdibujan el cielo en un acto de rebeldía. Admiro a las olas porque nadie las domestica, no cambian de parecer. Son fieles a su bravura inherente.
Siempre he creído que sabía expresarme. Expresar, por ejemplo, como la pintura tizosa de las paredes me lame mientras yo intento aclararme.
Os diré que no logro materializar en palabras mi aflicción visceral y nadie comprende dolores ajenos. Por mucho que se esmere. Somos bahías aisladas que tratamos de entendernos por compasión, ternura o convencionalismos.
Cuando los latidos de mi corazón se disparan y los edificios me pesan como catedrales (en una espalda sana pero ridículamente torcida) quiero correr fuera de mi exhuberante bahía de plantas muertas.
Nunca os miento.
Mi pájaro, tan severamente silenciado, desea huir de tan mediocre lecho, de tan limitada línea de actuación. Y yo con él.
A las tres de la tarde, cuando el sol rociaba nuestro tejado de luz, mi boca escupió todo lo que me callaba tristemente, cobardemente, de muy mala manera.
Luego todo regresa a su curso (o no) y yo estoy aliviada y perdida dentro de mí a partes iguales.
Quiero ser una ola libre, espumosa, brava. Deslizarme por mares lejanos, buscar arenas y bahías nuevas, sin culpa, sin rencor, sin llamar antes de irme.
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho."- Gil de Biedma.
Me he bañado en arcilla de rassoul y coco y, al rato, la pena ha anidado en mi garganta.
Las ramas han herido con violencia a mi pájaro azul, instigándole a pronunciar aturdidas sílabas. Inevitablemente me he acordado de Bukowski:
"hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
montarme un lío?
¿es que quieres fastidiar
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?"
Mi pájaro ha cedido. Se ha manifestado con un grito ahogado a la hora de comer carne guisada. Me saturo dentro de mi pellejo. No soy capaz de analizar, pensar, objetar nada al respecto.
Más que felicidad quiero ser la calma de las olas. Olas libres y espumosas que desdibujan el cielo en un acto de rebeldía. Admiro a las olas porque nadie las domestica, no cambian de parecer. Son fieles a su bravura inherente.
Siempre he creído que sabía expresarme. Expresar, por ejemplo, como la pintura tizosa de las paredes me lame mientras yo intento aclararme.
Os diré que no logro materializar en palabras mi aflicción visceral y nadie comprende dolores ajenos. Por mucho que se esmere. Somos bahías aisladas que tratamos de entendernos por compasión, ternura o convencionalismos.
Cuando los latidos de mi corazón se disparan y los edificios me pesan como catedrales (en una espalda sana pero ridículamente torcida) quiero correr fuera de mi exhuberante bahía de plantas muertas.
Nunca os miento.
Mi pájaro, tan severamente silenciado, desea huir de tan mediocre lecho, de tan limitada línea de actuación. Y yo con él.
A las tres de la tarde, cuando el sol rociaba nuestro tejado de luz, mi boca escupió todo lo que me callaba tristemente, cobardemente, de muy mala manera.
Luego todo regresa a su curso (o no) y yo estoy aliviada y perdida dentro de mí a partes iguales.
Quiero ser una ola libre, espumosa, brava. Deslizarme por mares lejanos, buscar arenas y bahías nuevas, sin culpa, sin rencor, sin llamar antes de irme.
Precioso María!!!
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