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Amores entre líneas.

Me encantaría ser un poeta escondido entre papeles y más papeles que le incitan a que coja una pluma y escriba a su chica. Un poeta que piensa que las palabras superan las apariencias y no va a dejar de jugar con rimas hasta saciarse. Que quiere hacerla volar para que toque el cielo sin ni siquiera rozarla. Que sea inevitable que no se enjuague la lágrima tonta con su fino dedo al saber que hasta el mayor de sus defectos-describe el poeta con mirada golosa-la completan. Y enviarle cartas los sábados llenas de puro sentimiento, pero que escriba por y para ella. Que los ojos de la estimada muchacha se aviven y brillen como luces navideñas al leer un ‘te quiero’ transformado en metáfora. Que el filo de sus labios deje entrever sus dientes blancos como perlas y… y que se fije en él un frío día de noviembre. Se acerque y le abrace. Que pueda presumir de ella por la calle aún con los ligeros deslices de su vestido. Y susurrarle al oído sintiendo su aliento cálido que ella y solo ella es y será la musa de sus versos.

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quiero hablar a todos de ti que tu nombre haga suyo el espacio y sepan entonces quién es esa mujer magnética y sencilla que a veces habita mi cuerpo. y también tengo la urgencia de ocultarlo todo con egoísmo y torpeza permitiendo acaso el susurro quedo de las letras por las que te llaman en un vago intento de que sepan que tu sendero sacudió el mío circunstancialmente y así el aire no contamina tu imagen de puro óxido y las palabras, siempre huecas y mundanas, no se equivocan al plasmar la esencia de la creación: sin dios ni leyes ni intérpretes ni visitas   levantándose a nuestro alrededor colosal.

Prisas

Ayer la lluvia invadió con violencia las calles de Madrid. Hoy he conseguido otear alguna que otra gota y he sacado de la manga un verdusco paraguas sin gracia. A mí, sin embargo, me invade el nerviosismo con la misma violencia con la que la borrasca se abría paso entre las aceras. Soy inercia o un saco de nervios tan desaliñado que quemo. No, no dejéis que la pasividad os atropelle. No confiéis en su mirada pura e inocente. A fin de cuentas es una víbora (y yo el blanco más fácil del siglo). Escribir es palparte los boquetes con el dedo índice y escupir el tormento. En mi caso, claro. Es salvavidas, pozo y tachones. No pretendo nada. Son las palabras las que me buscan mientras yo intento concentrarme en mi maraña de quehaceres. Y siempre, siempre ganan. Chillan en mi tímpano que desean ser plasmadas; yo las lanzo contra el papel sin apenas pensar. Lo recalco. No lo busco. Surge. Hablo de la misma química que nac...

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