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Más y más monotonía

Esta mañana podría decirse que no he hecho muecas ante el espejo. Ni me he palpado el costado. Y os aseguro que tengo un hueco atravesado.
Nadie va a contar los gramos de anatomía que me faltan. O a rellenar con besos los pliegues de mi pijama.
La solución (de todo este lío) se ha zambullido en la sección de problemas de un libro de matemáticas, sabiendo lo mal que despejo ecuaciones.

La vida se ríe de mí, ¿lo oís?

El desamor me erosiona en todos los intentos fallidos de amor y la incertidumbre de deshojar margaritas está arrasando el campo entero.

Las oportunidades intentan llegar a mi portal,
se quedan en la esquina
y son barridas por los servicios municipales.
Triste ciclo. Triste yo.

Quiero mal y solo a ratos, así que, ¿qué voy a recibir? ¿me compro un libro de tontos que me enseñe cómo amar paso a paso? Gran gasto de dinero sería.

Nadie elige "estar", y "ser" pasa a ser el verbo principal. Ser esto, ser lo otro. ¿Puedo dejar de ser un poco?

El mundo me huele a pañales usados. No voy a seguiros porque me empacháis con tanto interés disfrazado de simpatía. Mejor empacharse de tarta, no con vuestras palabras o actos indigeribles.

Qué pena que irse a menudo sea volver de nuevo.

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"Paradoja"

quiero hablar a todos de ti que tu nombre haga suyo el espacio y sepan entonces quién es esa mujer magnética y sencilla que a veces habita mi cuerpo. y también tengo la urgencia de ocultarlo todo con egoísmo y torpeza permitiendo acaso el susurro quedo de las letras por las que te llaman en un vago intento de que sepan que tu sendero sacudió el mío circunstancialmente y así el aire no contamina tu imagen de puro óxido y las palabras, siempre huecas y mundanas, no se equivocan al plasmar la esencia de la creación: sin dios ni leyes ni intérpretes ni visitas   levantándose a nuestro alrededor colosal.

Aclaro que quiero en exceso

Nadie me versa ni me besa ni me recita absolutamente nada. No me separo de mis libros de poesía porque me dan la vida que otros me quitan a golpes. Hace tiempo que no espero que me quieran a lo grande. No se dejan la piel por mí y la mía está hecha tiras. No me vale, no, no vale. Considero que los sentimientos han de ser como fuego a veces. Querer es sufrir un poco. Nunca he sabido querer sin excesos. Se me va la vida queriendo (en lo que tardo en coger aire, encarcelarlo y devolverlo al cuarto). Aún sigo esperando que Beatriz me lea en voz alta con la marea igual de alta de Murcia. (Hablaría del trasiego de las olas bravas y espumosas de fondo pero es algo casi inexistente en esos lares.) Escribo como si delirase; las palabras no encuentran ningún obstáculo para saltar del habitáculo de mi revuelta cabeza al papel. No las paro. No tengo fuerzas. Me compadezco de Lorca cuando dice "¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero!". Es verdad, cuesta una tristez

El verde es oscuro.

Si no te van a estallar hasta los ventrículos de tanto quererme, no quiero que me quieras. Para eso yo ya sola me quiero. A medias, claro. Con esa especie de puntería distorsionada que nunca te permite acertar.   Y, aún así, lo intentas. Me frustra no poder describir la lentitud con la que el curso de las cosas está arrasando cualquier resquicio de luz con vistas a un futuro placentero (que hace tiempo que evito con todas mis fuerzas). Tengo miedo. Mis pies se convierten en esas raíces que van a parar al suelo y acidifican el terreno. Nacen hojas por mis piernas; se eleva esa prometedora enredadera que el jardinero mira con júbilo atragantándose con su vano mérito. Se retuerce por mis caderas con una fuerza atroz, la respiración se atrinchera en mis pulmones, mi frágil piel se viste de morado. Me doy cuenta de que cada vez estoy más verde y más anclada en algo que detesto. Recibo numerosos estímulos exteriores que me desagradan de sobremanera. Quiero huir, decido huir, me ahogo, no