Como el perro que mira al dueño esperando una respuesta.
Como el dueño que troncha el interruptor de la luz, y es aún más miserable que el perro.
Como el sueño cuando gobierna las habilidades.
Como la necesidad constante de que me vistan de amor propio.
Manifestaciones, comida desperdiciada, egoísmo, miedo, país oxidado.
El poco arriesgar y hablar de más. Llenar el aire de banalidades para evitar que el silencio suene a estruendo.
Confesarse, desmantelar tu coraza y escupir debilidades, y alguna víscera, en manos ajenas.
Bailes, goce necesario, faldas cortas, bares repletos, éxtasis muerto.
Que te digan que eres genial, maravillosa, fantástica. Que prometan hasta la saciedad, dejando a la puerta sin llaves.
Otra despedida.
Espera, que me caliento otro café y hago como que me importa.
Relojes, prisas, política, modas, porros.
Concienciarse de que si, por un casual, eres añicos, nadie sabrá incubar de ganas tu frío.
Rutina que carcome. Miradas desinteresadas, malvados murmullos. Mensajes en cadena de WhatsApp y la tabarra de los despertadores.
Un brindis por lo que nunca será.
Tintes tóxicos, barras de labios, zapatillas caras.
El gilipollas que te toca el culo en el metro sin consentimiento.
Literatura, joder. Quién necesita musas si Ella te arropa los pies. Si te enseña que la crudeza puede emebellecerse, que todos somos un poco ruinas.
Ruinas. Soy el violín sin cuerdas. Ruinas. La dependencia de un drogadicto. Soy oscuridad y, como siempre, ecuaciones que nadie quiere entender.
Opresión, sexo, consumismo, miedo, tiroteos. La pandemia de la ignorancia.
Sentirte frágil, insignificante, flor.
Fuerte, poderosa, enredadera.
Abarcarlo todo es imposible.
Me pido otro brindis aunque no tenga un motivo para brindar.
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