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Prisiones mentales.

Cegado, quiere huir y borrar cualquier huella...que dejase clavada en la arena de aquellos que le quieren, o más bien en sus almas transformadas en sepulturas de piedra... grises. Tan grises como su persona, que lo único lúcido era el brillo del espeso sol sobre sus rizos oscuros. Como dando cobijo a cada mechón, lo que no encontraba entre el gentío.
Grisáceo y amargo...como las despedidas.
La quería con locura, estaba preso en unas pupilas enrevesadas, fruto de insomnio, de pensarla, de penar pensando, o de pensar penas baratas. Que la amaba para algo más que dos cafés...solos, como su cuerpo en aquel acantilado tan alto. Para algo más que un cigarro matinal o cuatro besos mal dados.
Todo loco se enamora de algo, se ancla a un alma, se olvida de multiplicar, mientras se multiplican los daños. Vacíos que querían hacer que la felicidad...cambiara de bando al del tormento. Y su corazón de papel al que los efectos de la mirada de ella, entre las sombras, producen roturas, peor que arrojar sobre el mil tanques de agua.
Pobre bobo, con una vida de película de drama, tan monótona como quejicosa y tan intensa como larga.

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