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Boda de Cordura y Locura

Un día se te ocurre sin mucho sentido abrir la parte de arriba del armario. Aparecen toda clase de cosas que no echas en falta y que al verlas te ilusionan. Desempolvé recuerdos. Estuve siendo un pasado pasajero, obviando el presente, desentendiéndome del futuro. Y, cómo no, me quedé absorta mirando un corcho con fotos. Suena estúpido pero por un momento me sentí corcho. Las chinchetas juegan con mi corazón, rebañan, sacan jugo. Algunas veces apuñalan menos fuerte que otras haciéndose las compasivas. Los huecos se quedan ahí y son tan minúsculos que nadie los busca (los miopes deberían tener ventaja). Otras veces el problema dura más que las pilas Duracell (un mito seguro) y todos los días viene la chincheta más grande a abrir más y más el hueco, queriendo romper toda la estructura y sentirse el espermatozoide "listo". Mira que le den.

Esto es de tontos.

Iba a colocar el párrafo más optimista de mis dieciséis años de existencia
     y no.        Se ha ido al igual que todos los trenes que me abandonan en las vías y contra los que conspiro.

Mi Cordura y mi Locura se han casado, deshecho la cuestión de que estén muertas por congelación en uno de mis inviernos rusos. A lo mejor marchitan esta primavera (o no) y dejan de discutir (o no).
Cordura invita a Sensatez a casa y después de rezar mil mandamientos la besa y ya se siente infiel. Locura se va todas las semanas de fiesta, invita a una copa a Irreflexión, baila con Imprudencia, no quita el ojo a Temeraria.
Y vuelven las dos a la misma cama.

Cupido necesita que Robin Hood le enseñe a tirar flechas bien. O mejor, que se las queme todas, que tantos corazones son repulsivos.

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