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Ni pies ni cabeza.

Es como,
    no sabría decirte.

Como programar noventa y seis alarmas sin sonido,
caer en el sueño más profundo
y que te despidan del trabajo.

Querer exhibir la nieve
y que cale los guantes
de incandescencia.

Un misántropo que confía hasta de su sombra.

Las rosas rojas ennegrecen al mirarlas,
guardas las espinas en una urna
y celebras su entierro.

Una cámara sin diafragma,
un escenario lleno de oscuridad
y resultados dignos de selectas exposiciones.

Vamos,
lo normal.

Qué le hago si pienso que los payasos
son los seres más tristes del planeta
hinchando globos estrafalarios
y pintándose de mil colores
con narices mayúsculas.

El Sol se ha caído al agua
y en vez de evaporarla
parece efervescente.

El mudo es elocuente
el tirano vive en la acera
-hoy no cena, ¡vaya pena!-
pero sí el mendigo
que está en un hotel de cinco estrellas.

Un agricultor en una gran ciudad de diseño,
un ejecutivo sin prisa.

A las personas no les consume el tiempo sino vivir.
Encuentro ojos jóvenes vacíos
y ojos con arrugas incontables
con más vida que una noche de desenfreno.
Resaca incorporada. Quince cubatas. A ver quien paga.
Más de mil bailes en alturas que no dan miedo (porque los tacones no imponen tanto como los precipicios de la vena aorta).    
Ya sé.
Necesitan la catarsis definitiva.
Una serendipia estrella
    sin brújulas que se crean las protagonistas
                          de tanta búsqueda
                 sin querer buscar.
               

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