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Esto no es un manual de supervivencia.

Noches cerradas
de estrellas curiosas
farolas apagadas
ruido omitido.

Noches de querer más de la cuenta
analgésicos baratos
cigarros vacíos
y hondos vasos.

Noches cerradas
sin preludios
de besos
y muelles de cama.

Noches de redactar
sumar cargas
y atar lastres
a mi tobillo izquierdo.

Noches de llorar dulce
de no colorear galaxias
en espaldas ajenas
con el dedo acusatorio.

Noches cerradas
de no querer guarro
compartir vigilias
o saltarte todas las misas
de los domingos.

Noches en las que
no se corona un clímax
ni sientes como la adrenalina de querer
añicos hace los tangas de encaje.

Noches de soledad plena
con la melancolía insertada
en la medianoche y sus brujas.

Ya sabes, de analgésicos, cigarros, vasos y todas esas vainas
          (y sin).
           Sin no sé.

La noche,
la latosa noche cerrada
se abre como una carpa, y miro, agudizo los ojos canela, los pego a la ventana, busco vida en la oscuridad. Extremos. Que poder creo tener de repente para excluir la agonía del 'y veinte' de las doce.

Los cuentos nos tendrían que haber enseñado que escasean héroes y heroínas que te pongan la vida patas arriba-heroína en el buen sentido de la palabra, los horarios infantiles son eternos-.
Está en uno mismo salvarse
o echarse a perder.
Quizá lo mejor sea un poco de cada, así las balanzas equilibradas se sienten satisfechas.

Los recuerdos han empapelado paredes enteras. Apenas hay resquicios sin decorar, otras veces contribuyo a que tanto papel acabe pisoteado en el frágil parquet.
Las palabras, las personas, los actos y todo el repertorio de pandemias son formas confirmadas de perder un poquito más la cabeza (potencialmente, surtiendo efecto). Ya sabéis. Como quien tira una flecha y a la primera destroza una cutre diana.

Destaco que esto no es un manual de supervivencia de los Jóvenes Castores. No sé de poleas, tigres despampanantes o cocina en bosques asalvajados. Buscad otra sección. Un cambio de tercio.

Dentro de lo hondo
la espera se ha cansado de esperar utopías.
Su única ocurrencia ha sido taponar con madejas de desesperación la puerta de un ánima loca. Se bebe los cafés de tres en tres mientras se queja del calor bajo quince mantas. Le van las situaciones límite.
A ver quien tiene agallas de desentaponar un alma taponada con la espera de tapón. Ahora leyendo prensa rosa con un bate de casi medio metro.
Cuidadito con ella.
No hay valientes en la costa,
me lo esperaba.

Tanta confesión me desagrada.
Me niego a ser un libro abierto con renglones torcidos atestados de banalidades. 

El último diagnóstico de mi oquedad repleta de estupidez es que escribiendo me transfundo sangre. Así me relleno de rojo pasión y deshecho pintalabios de colección.
Al terminar
-y aquí viene la gracia-
exaltan que no es de mi grupo sanguíneo
   y está acabando conmigo. Y me vicio aún más a las letras. Y borro las señas de mis andares para que suene a plácida muerte.

Mis pies son tierra otra vez. Qué fastidio.

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