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Matrioskas.

"Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida."-Federico García Lorca.

Es una ciudad vacía con cientos de ojos que miran.
No es de mi gusto.
Prosigo.
Una ciudad cálidamente oscura y oscuramente cálida.
Te piden mientras rebanan. Comparten; idolatrando su tendencia al engaño.
Ofrecen chollos con marketing agresivo, y lujos, no sin su pago a plazos.

De contoneos de víboras y ruidos de tacones de fiesta en el asfalto. Son usuales los jóvenes deportistas que buscan chismes en sus bolsas sacando la lengua.

De parques oscuros con ochentonas cotillas.

Contenedores con olor a flores muertas y muertos de hambre buscando en la basura.

Una ciudad con cortinas de marinero y terrazas encarceladas.

Banderas al viento y un incesante capitalismo manchando de necesidad lo innecesario.

Sin cirujanos que trasplanten nuevos y airados biorritmos.

¡Que no falten los soldados marchitos alineados en filas antes de que desemboque la contienda!

Árboles con troncos vivos y ramas desfallecidas por el olor a penuria...

 Qué os voy a contar.

Me ahoga la multitud.
Salir por el este con la determinación de no volver, entrar por el oeste otra vez.

Los problemas son como Matrioskas de alquitrán. Una dentro de otra. La causa inconcebible, otra de soberano talle, -mira la de más allá-.

Me sigo ahogando.

El vecino comenta lo eficaz que sería una máscara de oxígeno de avión para mis pulmones desérticos. Sus días discurren a trompicones. Se convirtió en un espíritu independiente y la alianza  ya no le ataba a un Monte de Venus de apellido Jiménez. Sus ganas de querer son aire. Un aire de junio que, peculiarmente, nunca abandona las estancias.

Un dietista soltando un discursito en la 1, las páginas amarillas, citas del dentista, ocho mensajes en el contestador.
Basta.
*Suena otro WhatsApp*. Es de un grupo
-como no-  y mi Etna revienta.

La paciencia no deriva de ápices rotos.
A la fortaleza la compré de segunda mano. Por eso se desmorona y me pide que agregue hilos plateados de flaquezas a las camisas. Su argumento es que todo se cae aunque no suene a daño, que no es invencible. Y asiento por pereza.

Voy a optar por Beethoven para que evacue el cieno del drama de mi cuarto. La Moonlight Sonata me da trozos de vida sin cobrarme intereses. Y eso que no sé de música clásica, y de economía... digamos que lo justo.

Una vez leí o escuché (¡quien sabe!) sobre un hombre que ideó una melodía ante un repetitivo sonido que martilleaba su cabeza. Es impecable mezclar lo desesperante con porciones de música rebelde y libre. Una especie de batiburrillo ideal.
Exijo la fórmula secreta. Conocer el nombre de la costa dónde un faro cualquiera le iluminó las entrañas.

Las notas fluyen como aves.
El elegante piano de cola no se mueve ni medio centímetro.
Y yo
no paro de moverme
y no fluyo.
Me estanco en el chapapote de la indecisión.

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