"quiero que me relates
el duelo que te callas."- Mario Benedetti.
No suelo ser explícita.
Me enredo en mis enigmas.
Ni yo me descifro.
No existen mapas,
ni brújulas,
ni manuales.
Se necesita paciencia,
tres portazos,
diez u once de mis negaciones
a ensanchar el alma
para que puedas sumirte en ella.
Todo está arrasado.
Arrasado de amor,
de ganas.
Arrasado de vida,
de simpatía tímida.
Es una lucha encarnizada,
de intereses,
sin botiquines.
La batalla de pisar corazones.
Quien más masacra
no es el más fuerte.
Eso es lo único que he aprendido.
De desmembrar almas
con ápices de inocencia.
Es consumirse
sin terminar de morir,
morirte y seguir consumido.
O matar
porque necesitas volver a la vida.
Tregua.
No quiero ser tan bárbara cómo para aplastar porque a mí me aplastan. Los corazones necesitan manos protectoras, no puños rebeldes. Que sí, que nos han roto unas cuantas veces. Y las partes no se juntan. Y el cristal no tiene compasión.
Tregua.
Que aquí dentro duele y, por destrozar a otros, no me pongo la tirita y se soluciona.
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