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Existo.

Un universo late en mi pecho. Soy incapaz de interpretarlo al detalle, pero sí de sentirlo. Suena como un murmullo desinteresado. Algo ruge porque desea ser escrito. Desconozco coordenadas, causas y consecuencias. Vibro. Suena. Mi alma es ese vagabundo que busca amor en besos. Escucho. Nadie oye.

Rastreo pasión inexistente.
Me rasco las entrañas y me obligo a querer antes de quererme.
Y me obligo a querer a quien no quiero.
Musa solo hay una.
No soy poetisa.
Musa,
      una.
Dos son multitud.
Dos es no retratar a ninguna.
Mejor que Beatriz para Dante. Huracán y paz. Vendaval de palabras y silencio. Es marcha, energía contenida, potencia. Es pausa, flaqueza de domingo. Es una rompecorazones compasiva. Seca, cortante, huye del contacto. Se derrite en manos contadas. Es pasión en corazón azul. Grito arrancado y susurro. Musa a la que quieres con odio. Trabalenguas, lioso laberinto. Ella es poesía, melodía, brisa de verano.

Vibro. Suena. Cada palabra me salva menos. Voy a bañarme en el rojo de mis sesos. Quiero irme. De mí, digo. Volar porque bajo esta corteza de nácar la libertad se ve limitada.

Son casi las tres de la mañana.
Escribo más rápido que nunca. No pienso en lo desaliñado que empieza a parecer este monólogo de letras rotas. Ni en el atractivo que alguien puede apreciar en un batiburrillo de vida perecedera. El miedo desgarra la conciencia. Me apalanca los actos. He estirado tantas veces el hilo de la estabilidad. Ya no es más que una amorfa hebra de diseño. Los años hacen todo polvo. Nadie me arropa el alma podrida con nanas de niña pequeña.

No soy un ángel de catálogo. El malo no es tan malo como parece. El bueno esconde sus hamartias bajo esa supuesta figura valerosa. El malo suele ser feo. El bueno, apuesto. Y no. Clasificarlo todo es propio de ignorantes asustados que necesitan encajar en un grupo.
No me encasillo. No sé hacerlo. No pertenezco a ningún lugar. Voy. Y vuelvo. Y me escondo de pupilas acechantes. Y me mantengo. No sé si cuerda. Y vuelvo a ocultarme. Me estoy muriendo. Y vuelvo a la vida. Y me consumo cuando menos quiero. Y vibro. Y suena. Y oigo silencio. Y me vuelvo loca. Escribir tanto me ahoga. Un ser me agarrota el cuerpo. Me he enamorado de la sensación de destrozarme las vísceras y remover rotos con un bolígrafo.

No guardo rencor. No sueño con hecatombes que hagan volar inválidos cuerpos. Ya no. Todos acabamos muertos de todas formas. Me rodea un atropellado egoísmo con la excusa barata de la mera supervivencia.

Si me sincero;
mi cabeza y mis nudillos han encendido hogueras,
me han prendado unas curvas con apellidos
y no sé andar con esbeltos tacones.
Si me sincero, no sé cómo vivir.

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